sábado, 25 de febrero de 2012

La expulsión de los judíos de España.

Por Ricardo López Göttig

En 1469 se unieron en matrimonio los príncipes de Castilla-León y de Aragón, que serían conocidos después como la reina Isabel y el rey Fernando. Isabel ascendió al trono en 1474, y él en 1479. Esta unión, que puso fin a las guerras que libraban entre sí, inspiró el sentimiento místico de que una España unida podía reconquistar Jerusalem en un futuro próximo. De allí que, al igual que sus predecesores, prosiguieron la reconquista del territorio ocupado por los musulmanes desde la invasión del 711. Lo que restaba incorporar era el reino de Granada, en el sur, en donde quedaba la última porción de Al Andalus. Ambos ejércitos unidos lograron la conquista de Granada en 1492 y, por consiguiente, aplicaron una rigurosa política de intolerancia religiosa hacia judíos y musulmanes. Esto significó la expulsión de todos los judíos que no aceptaban su conversión al catolicismo. Hubo quienes se convirtieron pero continuaron siendo judíos en secreto, los conocidos como marranos. Estos fueron perseguidos por la Inquisición, institución creada por el Papa en el siglo XIII y que los reyes católicos adoptaron en 1481 y que tuvo su sede en Sevilla, gracias al permiso otorgado por Sixto IV en 1478. El propósito era dotar al reino unificado de un fuerte sentimiento religioso y místico, una “ideología” común. El catolicismo era un instrumento político de unificación y lealtad de la monarquía unificadora. Las expulsiones fueron de gran popularidad entre los cristianos, incluyendo a los “cristianos viejos” que eran conversos que rechazaban a quienes no habían abandonado su religión [1]. Una parte de los judíos que se negó a esta conversión forzosa emigró a Holanda, en tanto que otra llegó a Tesalónica (actualmente Grecia, entonces parte del Imperio Otomano), en donde continuaron hablando el ladino, un castellano antiguo que se escribe con alfabeto hebreo.

En los años previos a esta política de expulsión, hubo varias comunidades judías en los distintos reinos cristianos de la península ibérica. Unos pocos participaban en la administración financiera y eran prestamistas de las monarquías; la gran mayoría se dedicaba al pequeño comercio del vino, herrería, o eran pequeños agricultores. Si bien estas comunidades podían vivir en el seno de estos reinos, la Iglesia Católica les era hostil. Los dominicos, por ejemplo, tenían permiso de ingresar a las sinagogas para predicar el cristianismo, y los judíos debían escuchar en silencio [2]. El maltrato era habitual y los “debates” de sacerdotes con rabinos para demostrar la superioridad del cristianismo eran puestas en escena para humillarlos, en una atmósfera cargada de violencia y amenazas [3]. La política hacia los judíos por parte de los reyes católicos, previa a la expulsión, fue el aislamiento físico, las restricciones políticas y económicas y la degradación social hasta obligarlos a su conversión. Por otro lado, procuraban que no tuvieran contactos con los “cristianos viejos”. Pero en algunas ocasiones sí ayudaron a la comunidad judía, como fue el caso en 1476 en que depusieron al alcalde de Trujillo, por hostigar a los judíos locales [4]. La familia Abarbanel, por ejemplo, asistió política y financieramente a la reina, de modo que su política fue ambivalente en los primeros años. Con el establecimiento de la Inquisición, antes mencionada, comenzó la labor persecutoria en Andalucía, en donde procesaban a los conversos, muchos de los cuales continuaban la práctica del judaísmo en secreto. La Inquisición se mantenía económicamente con las confiscaciones…

El Edicto de Expulsión fue firmado el 31 de marzo de 1492 en la recién conquistada Granada –en donde ingresaron los reyes el 2 de enero-, y promulgado en Castilla y Aragón en abril de ese año. La fecha establecida como límite para que los judíos abandonaran ambos reinos, o bien se convirtieran en cristianos, era el 31 de julio de 1492. A los motivos religiosos, hay que sumarle la popularidad de la actitud antijudía en la población cristiana, hábilmente orquestada por las autoridades. La expulsión significó la ruina económica de muchos judíos, ya que vendían sus propiedades a bajo precio y se les prohibió llevar metales preciosos y joyas al exilio. Los precios del transporte, asimismo, subieron sustancialmente de precio. El exilio era a tierras desconocidas, con lenguas nuevas, y suponía el abandono de las tumbas en donde yacían sus antepasados. Uno de los motivos que se adujeron en el edicto de expulsión fue que los judíos podían utilizar estratagemas para debilitar la fe de los recientemente conversos, subvirtiendo y pervirtiendo a estos nuevos cristianos para llevarlos al error… [5] Al aislar a los conversos de todo contacto con rabinos y textos judíos, suponían que serían rápidamente absorbidos en la gran comunidad cristiana. Hubo muchos que optaron por la conversión al cristianismo, suponiendo que esta era una política pasajera, o bien pensaban continuar practicando su religión puertas adentro. Los conversos tenían un fuerte incentivo económico y social, ya que mantuvieron sus propiedades. El 31 de mayo se bautizó el rabino Abraham de Córdoba, ceremonia en la que estuvieron el Cardenal Mendoza y el nuncio apostólico. Otros, como el financiero Abraham Seneor y su hijo Meir, se convirtieron en presencia de los reyes católicos, y este acto lo llevó a ocupar un puesto en el Consejo Real. La situación fue extremadamente difícil, entonces, para quienes eran de las pequeñas clases medias y artesanos, que debieron partir. Se estima que unos cien mil judíos fueron a Portugal, con la esperanza de que en ese reino pudieran aguardar tiempos mejores. Allí se les impuso una exorbitante visa por ocho meses. 25 embarcaciones salieron de Cádiz en dirección al puerto de Orán, y muchos de estos emigraron después a Portugal. Una parte emigró a Marruecos, en donde no fueron bien recibidos por los judíos de Fez. Otros emigraron a Italia y a los Balcanes turcos, en la ya mencionada Tesalónica. Los judíos conversos al cristianismo podían retornar a España si demostraban su bautismo, y hubo descendientes que retornaron en los siglos XVII y XVIII, exhibiendo las actas exigidas por el Santo Oficio [6].

Los números sobre los conversos y los exiliados difieren sustancialmente, ya que las fuentes son dudosas, no habiendo estadísticas fiables. Se desconoce cuántos emigraron a Portugal y cuántos al Imperio Otomano. Son cifras que varían entre 85 mil y los 400 mil judíos en la España de esa época, de acuerdo a las fuentes utilizadas. Henry Kamen, por ejemplo, señala que una minoría de los 85 mil optó por el exilio, y que de estos la mayoría fue a Portugal. La emigración al Imperio Otomano, a su juicio, fue en los decenios posteriores. Sin embargo, Kamen no logra explicar cómo es que la Inquisición investigó y enjuició a unos 50 mil judíos, lo que significaría que la casi totalidad de los que permanecieron en suelo español fueron acusados de cripto-judaísmo [7]. Otro autor señala que unos 120 mil judíos habrían emigrado a Portugal y de allí habrían salido algunos en 1493 hacia otros destinos, pero la gran mayoría se habría asimilado [8]


[1] TRUXILLO, Charles A., By the sword and the Cross. The Historical Evolution of the Catholic World Monarchy in Spain and the New World, 1492-1825. Westport, Greenwood, 2001. PP. 35-39.

[2] GITLITZ, David, Secrecy and Deceit: The Religion of the Cripto-Jews. Philadelphia, The Jewish Publication Society, 1996. P. 4

[3] Ibídem, pp. 10-11.

[4] Ibídem, p. 17.

[5] ALPERT, Michael, Crypto-Judaism and the Spanish Inquisition. New York, Palgrave, 2001. P. 26

[6] Ibídem, P. 27

[7] Ibídem, P. 29

[8] NETANYAHU, B., The Marranos of Spain: From Late 14th to the Early 16th Century, According to Contemporary Hebrew Sources. New York, Cornell, 1999. P. 213.

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